Los lápices de colores están formados por una mina de color (hecha a base de pigmentos y aglutinante, cera o aceite), cubierta por un cilindro de madera. Hay de diversas calidades, blandos y duros. Algunos son hidrosolubles (acuarelables) y otros no.
Con un papel y unos cuantos lápices de colores podemos hacer maravillas.
Si nos decidimos por esta técnica relativamente «barata», antes de comprar comprobaremos que la mina esté bien centrada en la madera.
Nos decantaremos por un papel de grano fino o semifino, apto para los lápices duros, blandos e hidrosolubles.
La punta de nuestros lápices determina el trazo y la calidad de la línea.
Una punta bien afilada nos permite líneas finas, suaves y delicadas, mientras que la punta poco aguzada nos deja trazos más gruesos.
Con esto y un poco de paciencia conseguiremos la luz y la profundidad.
Con estos lápices mezclados con agua conseguimos efecto de acuarela de una forma más sencilla. (Aunque no se trata de imitar esta otra técnica ya que no vamos a conseguir su calidad).
Con estos lápices podemos trazar, perfilar, degradar y disolver los colores con un pincel y agua como si fuese acuarela.
Es posible pintar con ellos como si no fuesen acuarelables, pero no sería lógico intentar crear una acuarela, nunca conseguiríamos la calidad de una pintura a la acuarela. Aunque sí es una técnica agradecida para aguadas pequeñas. (Dibujo a base de agua y un solo color).
Lo ideal es que se vean zonas con trazos acuarelados y otras en las que se vea el trazo en el papel.
